Me da mucha pena, escribir esto, un texto que como siempre muy pocos van a leer (3 gatos), sobre Gustavo Cerati. Por que es un músico al que admiro muchísimo, que crecí con su trabajo, como muchísimos latinoamericanos y que ahora pasa, sin duda, por su momento más dificil. Un accidente cerebrovascular lo tiene conectado a un respirador, sedado y en estado crítico. Algo impensable para alguien del que solo se escuchaba una cosa basicamente: música.
Gustavo Cerati, (Buenos Aires, 1959), se fabricó un prestigio muy poco visto en el mundo del rock latinoamericano, a traves de Soda, y luego con una estupenda carrera solista. Eso es lo que nos tienes acongojados a todos, si podremos volverlo a ver, al menos como la máquina musical imparable que era. Y la respuesta nos asusta, por que como en varios otros casos, no podemos imaginar que ya no vuelva a seguir produciendo: un acto cultural permanente, una rutina musical trianual, una canción con la que siempre conectas, a la que siempre vuelves, aunque sea una melodia que acabas recien de escuchar.
Virtuoso de la guitarra y aficionado al faso, y con un síndrome de peter pan permanente, Cerati, por supuesto puede hacer con su vida en lo personal lo que quiera, aunque eso le traiga consecuencias, como su estado actual quiza: una patada al tablero de su vida, donde la actividad permanente, la autoexigencia por siempre estar evolucionando y creando nuevas fases musicales en su carrera, marcada por su entendimiento de la misma, de la mano con el permanente cambio de novias y esa muy propia resistencia a envejecer. Un golpe que devuelve al mito convertido en verbocarne. Toca ahora tener que resistir a la desesperanza de no tener nuevas bandas sonoras para nuestras letanias y más bien esperar por la recuperación de Gustavo Cerati Clark, el bonaerense de 50 años.
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