lunes, 8 de agosto de 2011

La Naranja Mecánica


Hey tío, soy Alex y mis tres drogos…”, así empezaba la famosa película de Stanley Kubrick donde recreaba la historia de Anthony Burguess. Cuando se le dio ese mote al equipo holandés de futbol adquirió una dimensión impropia: pulcra, precisa, preciosa. Pero cada cierto tiempo el contenido de esa película vuelve a someterse a la prueba del tiempo. Los disturbios en Londres que están acaeciendo en el momento que escribo esto reafirman el hecho que Europa es el lugar más sofisticado para masacrar al del costado y ejercer como le corresponde a todo hombre civilizado la violencia más básica. A raíz de un acto policial, las calles de los barrios más pobres y algunos no tanto de la capital inglesa han explotado en actos de saqueos, quema de locales, autos y ataques a la policía. Ciertos sectores indican que es producto de la injusticia y la desigualdad de ciertos sectores de la sociedad pero cuando vemos a multitudes robando pantalones de una vidriería hecha añicos y comunicándose mediante smartphones para coordinar los ataques, quizá estamos hurgando dentro de sacos rotos.

Si consideramos que la Segunda Guerra Mundial dejo alrededor de 45 millones de muertos en Europa, (guerra que por lo demás inicio Europa solo hace 72 años), nos damos cuenta que el estado de bienestar actual está basado en parte en una enorme masacre. Quizá lo que más turbo de la película a la gente de bien era que la violencia no tenia origen aparente, ni explicación durante, ni siquiera redención final (Kubrick uso la versión estadounidense sin moraleja final): simplemente este chico británico hijo de la hipermodernidad de concreto caravista, se masturbaba y violaba en partes iguales y le rompía la cara a una mujer sin saber exactamente por qué lo hacia mientras mamaba lo mejor de Beethoven y disfrutaba los mejores gadgets que la tecnología de los setentas le daba. Simplemente buscaba la gratificación inmediata sin activar el radar de sus buenoides padres. Pero lo más incomodo era que en la otra acera no había un héroe esperando su turno para hacer justicia sino un estado maquínico, represor e inconexo. Es decir la dicotomía absoluta que oponía los más bajos valores con los más encumbrados no se activaba. Kubrick nos decía en 2001 que nuestra inteligencia y autoreflexion nos venía en monolito negro del cosmos y en la Naranja confirmaba que no estábamos leyendo bien el instructivo. Alex podía chupar lo mejor de la alta cultura de la intelligenza y destruir todo a su alrededor.

Si traslapamos eso a lo que ocurre ahora en Londres, lo que ocurrío en 1981, los hechos del 2005 años en la periferias pobres de Paris, los asesinatos en Noruega, etc caeremos que intelectualizar la violencia y darle un sentido narrativo que nos permita mediáticamente explicarlo, razonarles y darle solución es casi en vano. Adicionalmente, en vez de que la tecnología nos aporte el correctivo Ludovico, más tenemos el expansivo Blackberry, Mientras que los disturbios en Egipto que derrocaron a Mubarak fueron impulsados por la redes sociales desde Google y Facebook (un empleado de la empresa californiana en la región lideró la revuelta), el teléfono con chat a permitido interconectar y coordinar la concentración en la estupenda Londres. La tecnología solo impulsa, intensifica o conecta dentro de un determinado espacio público pero la violencia es anterior, viceral. La foto de arriba lo describe bien. Varios chicos, la mayor parte adolecentes de raza negra (ojo, no es xenofobia, la foto solo muestra solo un momento) destruyen un local de ropa, mientras que a quite british observa a uno centímetros con la misma mirada que su propio estado los ha mirado durante décadas: el mayor horror es precisamente no saber cuándo se disparará pero saber que siempre esta. La violencia sobre todo en edad pueril no busca bases ni sustentos, coherencia o ideología. Son los medios quienes se la endilgan. Y Europa lo vuelve a comprobar. Nunca se fue.

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